domingo, 18 de noviembre de 2012

educación sentimental VI





—Es verdad —dijo Lula—. Tío Pooch no era tío mío de verdad. Quiero decir que no era pariente. Era un socio de mi padre, sabes. Y mi madre ni se enteró de lo suyo conmigo. En realidad tenía un nombre como europeo, Pucinski o algo así. Pero todo el mundo le llamaba Pooch. A veces venía por casa cuando papá no estaba. Yo siempre creí que le gustaba mamá, de manera que cuando un día se me echó encima me quedé bastante sorprendida.

—¿Qué pasó, almendrita? —preguntó Sailor— ¿Te metió el dedo sin uña?

Lula se apartó el pelo de la cara y frunció el ceño. Cogió un cigarrillo del paquete que tenía en el lavabo, lo encendió y se lo dejó en la boca mientras se alisaba el pelo.

—¿Sabes que a veces eres muy grosero, Sailor?

—No te puedo entender si hablas con uno de esos More en la boca —respondió Sailor.

Lula dio una calada larga y dejó el More en el borde del lavabo.

—He dicho que a veces eres muy grosero. Y no me gusta.

—Lo siento, cariño —dijo Sailor—. Anda, cuéntame lo que te hizo el viejo Pooch.

—Bueno, mamá estaba en La Abeja Hacendosa tiñéndose el pelo, sabes. Y yo estaba sola en casa. Tío Pooch entró por la puerta del porche, ya sabes. O sea, yo estaba preparándome un bocadillo de mermelada con plátano. Recuerdo que tenía puestos los rulos porque aquella noche iba a ir con Vicky y Cherry Ann, las hermanas DeSoto, a ver a Van Halen en el Coliseo de Charlotte. Tío Pooch debía de saber que no había nadie en casa porque entró sin llamar y me puso las manos en el culo y me empujó contra el mostrador.

—¿No dijo nada? —preguntó Sailor.

Lula negó con la cabeza y empezó a alisarse el pelo con el cepillo. Cogió el cigarrillo, dio una calada y lo tiró al retrete. La brasa había dejado una mancha marrón en la porcelana del lavabo y Lula se mojó el índice derecho con la lengua y frotó la mancha, pero no salió.

—La verdad es que no —respondió—. Por lo menos no me acuerdo.

Lula tiró de la cadena y contempló cómo se deshacía el More al dar vueltas en el agujero.

—¿Qué hizo después? —preguntó Sailor.

—Me metió la mano por la pechera de la blusa.

—¿Y qué hiciste tú?

—Se me cayó la mermelada al suelo. Recuerdo que pensé que mamá se iba a enfadar si la veía. Me agaché a recogerla y tío Pooch tuvo que sacarme la mano de la blusa. Me dejó limpiar la mermelada y tirar a la basura la servilleta sucia que había usado.

—¿Te dio miedo? —preguntó Sailor.

—No lo sé. O sea, era tío Pooch. Le conocía desde los siete años, sabes. No me creía lo que estaba ocurriendo.

—Y al final, ¿te folló allí mismo en la cocina?

—No, me cogió en brazos. Era bajito, pero muy fuerte. Con brazos peludos, sabes. Tenía un bigote como Errol Flynn, unos cuantos pelos bajo la nariz. El caso es que me llevó al cuarto de la criada, que no usaba nadie desde que a mamá se le había marchado Abilene hacía dos años, cuando se escapó para casarse con Harlan el chófer de Sally Wilby y se fueron a vivir a Tupelo, sabes. Lo hicimos allí, en la vieja cama de Abilene.

—¿Lo hicisteis? —preguntó Sailor—. ¿Quieres decir que no te forzó?

—Bueno, claro. Pero fue de lo más cuidadoso, sabes. O sea, me violó y todo eso, pero hay diferentes tipos de violaciones. No es que yo quisiera, pero supongo que una vez empezó no me resultó tan terrible.

—¿Te gustó?

Lula dejó a un lado el cepillo del pelo y miró a Sailor. Estaba acostado desnudo y tenía una erección.

—¿Te pone cachondo que te lo cuente? —preguntó ella—. ¿Por eso te gusta oírlo?

—No puedo impedirlo, cariño —rió Sailor—. ¿Te lo hizo más de una vez?

—No, se acabó enseguida. No noté gran cosa. Sabes, yo me lo había roto por accidente cuando tenía doce años y me caí encima de un esquí acuático en el lago Lanier de Flowery Branch, Georgia. De manera que no hubo sangre ni nada. Tío Pooch se puso en pie, se subió los pantalones y me dejó allí. Me quedé en la cama de Abilene hasta que oí que se marchaba en su coche. Eso fue lo malo, quedarme allí escuchando cómo se iba.

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